Inicio > Los cómicos del «Un, dos, tres...» > Paloma Hurtado > “Sólo los privilegiados nacen dos veces” · 3 |
“Sólo los privilegiados nacen dos veces” Un relato conmovedor de Paloma Hurtado |
LA HUIDA Y FINAL
Yo no sé cómo diría lo de “Me voy yo a buscar a mi perrito”, lo que sé es que convencí al médico para que me quitara el gotero. Le dije que me encontraba estupendamente y me estorbaba; me comentó que era demasiado pronto, que sólo había pasado un día, pero esa tarde me lo quitaron.
Mis hermanas me tenían constantemente bajadas las persianas de mi habitación porque los reporteros intentaban, como fuera, sacar una foto. Dormían fuera en la calle dentro de sus coches; hacían fotos de entradas y salidas de mis padres, hermanas, hijos, amigos...
Esa noche recibí en el sanatorio la visita de Chicho. Me vio y noté cómo daba un paso atrás, como asustado de lo que veía en mi cara. Estuvo muy cariñoso; yo no me atreví a preguntarle nada. Él sólo me dio palabras de consuelo. El «Un, dos, tres...» comenzaba el siguiente viernes; vino a verme y a cerciorarse de que empezaría sin mí.
Pero mi preocupación en ese momento no era ésa; no era mi prioridad. Me importaba mi cara, y creo que ni eso. Estaba aturdida, confundida, aún no asimilaba bien lo que me había pasado. Mis acciones eran sin sentido, o con un sentido que no podía controlar. Iba a Barcelona empujada por no sé qué; posiblemente para borrar lo sucedido; no lo sé. Y como no encontré ninguna oposición, pues seguí adelante. Nadie a mi alrededor reaccionaba con normalidad porque nada era normal...
La verdad es que no sé cómo mis hijos y mis hermanas pudieron hacerlo: a las cinco de la mañana del día veinticinco, Teresa y Fernanda me estaban vistiendo; yo casi no me tenía en pie. Lo hicieron como autómatas, sin mediar palabra, como si fuera lo normal. Fernanda ocupó mi lugar en la cama, se puso una venda en la cara y se acostó. Yo me puse su abrigo. Salí acompañada de mi ex y Teresa por los pasillos solitarios del sanatorio y con el cuello del abrigo me tapaba mi lado derecho. Había que pasar por conserjería y a esas horas había un candado en el suelo de la puerta impidiendo salir o entrar, y un vigilante en su garita. Bajamos por las escaleras del sanatorio. Teresa se dirigió al vigilante y empezó a hablar con él. Mi ex se agachó y corrió el candado que sujetaba las puerta, la abrió y salimos...
Teresa, muy amable, pidió una botella de agua, se despidió del vigilante dándole las buenas noches y subió otra vez por las escaleras. Ella tapaba con su cuerpo la visión de la puerta mientras mi ex y yo salíamos. Como llevaba el abrigo de Fernanda, los reporteros de guardia en la puerta no dieron importancia a que saliera del sanatorio a esas horas en compañía del marido de su hermana. Y, por supuesto, no se podían ni imaginar que yo a esas horas y al tercer día saliera del sanatorio. Mis hijos, justo en la puerta con un coche me metieron dentro y al aeropuerto. El vuelo hacia Barcelona salía a las siete de la mañana.
La señorita del embarque no daba crédito a lo que veía: “¿Usted? ¿Aquí?”.
Le comenté que iba por un perrito que me regalaba una señora de Barcelona. A ella tampoco le extrañó tanto. Se levantó de su asiento, cerró su puesto de chequear billetes, y, muy despacito, agarrada de su brazo, nos acompañó hasta la entrada del avión. Ella hizo para que no esperara la llamada, me introdujo directamente en la cabina, me dio un beso y me dijo:
— ¡Qué suerte has tenido...! Gracias a tu perrito estas viva.
A las 8 el avión aterrizaba en Barcelona. En el sanatorio una enfermera entraba en mi habitación a ponerme el termómetro. Fernanda, tapada hasta la cabeza; y Teresa le comentó a la enfermera: “ha pasado mala noche; yo le pongo el termómetro y luego le digo”.
A las ochp y media estaba entrando en la casa de la señora de Barcelona. En su mesa estaba preparado mi desayuno: mi bollo y mi café. La amable señora no podía creer lo que veía, pero lo asumió como si fuera normal: que yo en persona, y en su casa, toda vendada, casi sin poder andar, estaba desayunando en su mesa.
Me enseñó a todos los perritos; me dijo que eligiera el que quisiera. Yo quería el más pequeñito, pero sentada en el sofá, y mirando cuál me gustaba más, uno de ellos se me acercó a la pierna, se arrebujó quedándose boca arriba y dormido. Era muy oscurito. Le pregunté cómo se llamaba. “Kabul; ése es su nombre inscrito del pedigrí. Si quieres le cambias el nombre. No están destetados; hace cuatro días que nacieron y tendrás que cuidarlo mucho. Si se muriera yo te hago llegar otro”. Para mis adentros pensé: “Kabul no se morirá; yo lo cuidaré”.
Le dije:
— Señora, no sabe cómo se lo agradezco, pero mi avión de vuelta sale a las nueve y media, y he dejado acostada en mi cama del sanatorio a mi hermana.
Le di un beso, y con Kabul en brazos volví a Madrid. Yo no llevaba bolsa para llevar a Kabul, pero el piloto consintió sin ningún problema que lo llevara sin bolsa. Todos los pasajeros hicieron un silencio absoluto a mi entrada del avión; el piloto me dio por micrófono una especial bienvenida, y todo el pasaje aplaudió. Fue muy emocionante.
Al llegar al aeropuerto mis hijos estaban esperándome para volverme a llevar al sanatorio. Uno de ellos me comentó:
— Mamá, han llamado de la Pajarería Inglesa; resulta que las gemelas y nuestro amigo el director Jaime Azpilicueta pidieron un perrito a toda España, y ha llegado uno para ti desde Palma de Mallorca que te regala el dueño de la pajarería.
Le indiqué a mi hijo que antes de regresar al sanatorio quería ir a la Pajarería a por mi otro perrito. Era precioso, más pequeñito de tamaño que el mío. Luego me entere que ese perrito era el que mis hermanas y Jaime querían hacer pasar por Chico. Entre los tres lo pagaron y encargaron. Mi ex me comentó:
Eran las once y media de la mañana. Ya todo se había descubierto. El médico llegó a las diez y vio a Fernanda en mi lugar. Se armó tal revuelo que hasta los reporteros se enteraron por las enfermeras. La puerta del sanatorio estaba llena de fotógrafos. Bajé del coche con Popy en brazos consciente de que no podía volver a mi habitación. No pensaba separarme de Popy ni de Kabul ni un segundo. Los reporteros ya sabían por las enfermeras de mi ida a Barcelona a por el nuevo perrito. Se creyeron que el que llevaba en brazos era a por el que yo había ido a Barcelona.
Me senté en las escaleras del sanatorio para que los fotógrafos hicieran su trabajo con Popy en mi regazo. Un flash me recordó el fogonazo; creo que grité... y los fotógrafos, comprendiendo mi situación, cerraron sus flashes. Espere allí sentada al médico para suplicarle el alta médica. El doctor comprendió que mejor estaba en casa que allí. Me dio el alta y nos fuimos a casa.
HASTA AQUÍ MI ACCIDENTE...
El cariño del público fue desbordante. Nunca dejaré de dar las gracias por tantísimo cariño recibido. Correspondí, respondiendo personalmente a cada carta que llegaba al correo de mi casa y a la oficina de Chicho. Me las enviaba con su secretaria todas las semanas. Y a todas y cada una contesté con agradecimiento.
Ya sé vuestra pregunta: no, no vi el «Un, dos, tres...» con las sustitutas. Estaba decidida a nunca más volver a televisión.
No me gustaba mi nueva cara. Me dediqué a cuidar a mis perritos y a intentar salir de algo que no comprendía, que no podía asimilar: la cicatriz de mi cara, el no poder levantar el labio, el dolor veinticuatro horas al día de esa parte de mi cara...
Cuatro años más tarde Kabul y Popy fueron el precio que tuve que pagar por mi divorcio. Mi ex se los llevó, me los quitó, y preferí seguir el consejo de mi padre: “Al enemigo que huye, puente de plata”.
Mis hermanas me compraron una perrita: Chispa. Ahora tiene 6 años y está preciosa.
Lo sucedido después entra dentro del apartado “secuelas”... Secuelas físicas... Secuelas matrimoniales... Secuelas de por vida... Secuelas que cada uno debe sobrellevar... Secuelas que sólo uno debe resolver...
Ni las secuelas físicas ni las personales importan a nadie... Cada persona tiene las suyas y para cada persona sus secuelas de vida son las más importantes, e intenta salir indemne de ellas de la mejor forma posible. Mis padres, mis hijos, mis hermanas, mi esfuerzo y el paso del tiempo consiguieron ponerlo todo en su lugar.
Paloma Hurtado Febrero de 2003 |
www.lawebdelundostres.es |
undostres@lawebdelundostres.es |