Aunque el lugar natural de un director y
realizador de programas de televisión es el control de realización,
donde obviamente, Narciso Ibáñez Serrador
pasaba mucho tiempo durante las grabaciones de «Un, dos, tres...», la
presencia de Chicho en el plató durante las maratonianas jornadas de
rodaje era constante, cuya figura era habitual ver en el estudio dando
instrucciones a presentadores, azafatas y humoristas, además de
intervenir a través de los altavoces desde la cabina de control.

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Desde luego, su presencia en el plató
era constante durante la jornada en que se grababan los números
musicales y las actuaciones que se desarrollaban en el decorado. Esas
grabaciones se hacían sin público en el estudio, lo que favorecía que se
pudieran repetir las tomas todas las veces que hiciera falta. Desde el
plató, a Chicho le era más fácil poder dar las instrucciones oportunas
para que azafatas, actores y personal de figuración supieran
perfectamente su posición en el decorado y lo que debían hacer en cada
momento.
Pero Chicho también bajaba
frecuentemente al plató durante la segunda jornada de grabación, ya con
público y con los concursantes. No quería que ningún detalle quedara al
azar y controlaba personalmente que cada cosa estuviera en su sitio para
que el programa se realizara con la mayor perfección posible.
PERMANENTE CONTACTO CON LOS PRESENTADORES
Chicho Ibáñez Serrador sabía que sobre la persona del presentador recaía la gran responsabilidad de que
el desarrollo de la grabación llegara a buen puerto, ya que la presencia
de éste en pantalla era permanente, y debía saberse el guión de todo el
programa, así como saber actuar ante las reacciones imprevisibles de los
concursantes. Así, las charlas con los que fueron conductores del
concurso a lo largo de la historia eran constantes, dándoles constantes
instrucciones y pautas de desarrollo.
Con Kiko Ledgard,
Chicho tuvo la ventaja de que el presentador peruano conocía a la
perfección la mecánica del concurso, sobretodo la subasta, ya que en su
país natal había conducido magistralmente «Haga negocio con Kiko» y
sabía moverse perfectamente en este género de concurso. De este modo, la
comunicación entre ellos era perfectamente fluida y fructífera.

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La elección de Mayra Gómez
Kemp como sucesora de Kiko fue una apuesta
personal de Narciso Ibáñez Serrador; era
la primera vez que una mujer iba a ponerse al frente de un concurso de
esta envergadura, lo cual no terminaba de ser bien comprendido por
quienes dirigían TVE en aquella época, pero tratándose de Chicho le
dieron un voto de confianza. Para evitar cualquier margen de error,
Chicho se reunía frecuentemente con Mayra para darle las pautas
oportunas para presentar con éxito el «Un, dos, tres...»; no fue
necesario insistir mucho; Mayra captó enseguida la mecánica del concurso
y lo hizo propio, convirtiéndose en la presentadora más emblemática,
recordada y querida por los espectadores.
Eran tan frecuentes y numerosas las charlas
e intercambios de opinión entre Mayra y Chicho, que entre ellos se creó
una especie de telepatía, en la que bastaba que se miraran a los ojos o
se hiciera cualquier insinuación, para que ambos supieran lo que pensaba
cada uno.
Jordi Estadella
y Miriam Díaz-Aroca también recibieron la
adecuada y necesaria atención que un buen director debe prestar a los
presentadores de su programa.
Con Jordi entabló una sincera y gran
amistad motivada por los múltiples intereses que tenían en común, aunque
durante las grabaciones se llamaban de usted.
De Miriam quiso exprimir todo su
potencial como showwoman, sacando lo mejor de ella en los
números musicales en los que participaba, y dejándole que transmitiera a
través de la pantalla su jovialidad, pero conteniéndola para que no
resultara demasiado excéntrica.
Con ambos se divertía durante las
grabaciones, ya que Miriam aportaba una frescura que contagiaba a todos.
Josep María Bachs
fue, quizás, el presentador que más dificultad encontró para coger el
ritmo del programa. Las constantes interrupciones durante el desarrollo
del concurso a las que se veía sometidos por diversos personajes cómicos
del programa, complicaban que pudiera concentrarse plenamente en la
conducción. Chicho, que fue consciente de eso, trató de volcarse en
dirigirle y orientarle adecuadamente, y era habitual verle en el plató
dándole las pautas oportunas.

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Luis Roderas
fue el único presentador que utilizó pinganillo, a través del cual
Chicho le daba las instrucciones oportunas; los anteriores presentadores
no conocieron esta tecnología y Chicho se comunicaba con ellos a través
de un teléfono que tenían escondido debajo de la mesa de la subasta.
Luis, a diferencia de los anteriores presentadores, había crecido con
«Un, dos, tres...» y tenía el sueño, cumplido finalmente, de
presentarlo. A su favor tenía la juventud y la ilusión, y su
incomparable capacidad de improvisación y de ganarse al público en
directo, y en contra que era demasiado entusiasta, impulsivo y nervioso
a veces, lo cual fue corregido gradualmente por Ibáñez Serrador, quien
realizó una magnífica labor de dirección con el presentador maño.
Fue también el presentador varón más
joven que se puso al frente de «Un, dos, tres...», lo cual motivó que
entre él y las azafatas se creara una relación de amistad y compañerismo
muy fuerte, que ayudó a generar muy buen ambiente durante las
grabaciones, de lo cual se contagió también Ibáñez Serrador desde el
principio.
Que Chicho confiaba en Luis Roderas
plenamente es algo que demostró desde que pensó en él para presentar la
nueva etapa del «Un, dos, tres...»; apostó por él y lo impuso frente a
la Dirección de TVE, que hubiera preferido contar con otro rostro más
conocido de la Casa, y siempre habló muy bien de él en las ruedas de
prensa y promociones.

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Luis Roderas baja la cabeza abrumado por las palabras
de presentación que le dedica Chicho Ibáñez Serrador |
LAS AZAFATAS, EL OJITO
DERECHO DE CHICHO
El grupo de azafatas era el que más
atención recibía por parte de Narciso Ibáñez Serrador, ya que confiaba
plenamente en sus capacidades y quería que su intervención no fuera
meramente decorativa, sino que tuvieran un protagonismo especial junto
al presentador. Todas eran jóvenes y la
mayoría inexpertas en televisión, por lo que Chicho se volcaba con ellas
dirigiéndolas y aconsejándolas, por lo que a su lado las secretarias
aprendían mucho sobre televisión.
Pero a la vez que con ellas era cariñoso y atento, y la mayor parte del
tiempo bromeaba con ellas, también eran las destinatarias de las mayores
broncas del director; en más de una ocasión, recibían sus gritos, que
dejaban el plató sumido en un tenso silencio.
Chicho siempre quería lo mejor para las azafatas de su programa, y sabía
que algunas de ellas, tarde o temprano, acabarían dejando el programa
como consecuencia de haber sido contratadas como actrices, presentadoras
o cantantes. Decirles adiós era producía tristeza, pero a la vez alegría
por el éxito y por el hecho de que el «Un, dos, tres...» les sirviera de
trampolín.
En alguna ocasión, durante la grabación los momentos de enfado y tensión
de Chicho se elevaban y llegaban a producirse situaciones irremediables
y dramáticas; fue el caso, por ejemplo, de uno de los primeros programas
de la tercera etapa, durante la grabación del cual
Kim Marias hizo que
Chicho perdiera toda su paciencia, terminando la escena con la expulsión
de la chica del programa.
Con la llegada de las azafatas de la segunda parte de la tercera etapa
de «Un, dos, tres...» (1983-1984), Chicho se esmeró en la dirección de
las nuevas chicas, ya que no sólo tenía que estar pendientes de que
realizaran bien su labor como secretarias, ejerciendo las funciones que
habitualmente
habían realizado sus antecesoras, sino que tenía que dirigirlas en los
números musicales, siempre bajo la supervisión del coreógrafo.
Con las azafatas de la cuarta etapa (1984-1985) Chicho dio un paso más y
las puso a cantar con su propia voz en los números musicales, ya que las
anteriores utilizaban playback.
En la quinta etapa las labores de dirección se centraron
fundamentalmente en la nueva chica que se incorporaba al quinteto:
Nuria Carreras. Aunque ella había
declarado desde el principio que su futuro profesional no iba a estar
ligado al mundo del espectáculo, Chicho no escatimó consejos y
directrices hacia ella porque sabía que tenía madera y gancho
televisivo.
Una de las azafatas que más trabajo le costó
fichar
fue Nina. Tuvo que asistir dos veces como
artista invitada antes de convencerla para incorporarse al equipo de
azafatas de la sexta etapa de «Un, dos, tres...» (1987). Una vez en el
programa, Chicho quiso aprovechar al máximo su talento innato para la
canción, y le enseñó a moverse dentro del plató y mirar a cámara, para
que sus actuaciones fueran perfectas.
A diferencia de las etapas anteriores, en las que siempre había alguna
chica que repetía como azafata, lo cual facilitaba las labores de
dirección de Ibáñez Serrador, las azafatas de la séptima etapa
(1991-1992) eran todas nuevas; costó encontrar chicas que supieran
bailar y cantar, pero finalmente pudo configurar un sexteto de
talentosas jóvenes que enseguida demostraron que estaban a la altura de
las exigencias del “jefe”.
Antes de comenzar la grabación de la octava etapa de «Un, dos, tres...»
(1992-1993), Chicho hizo que tres azafatas (una veterana,
Carolina, y otras dos debutantes,
Alejandra y Mayte).
Con ellas rodó en Tailandia las imágenes que se proyectarían en dos
programas que estuvieron dedicado a este precioso país asiático; durante
el tiempo que anduvieron por Tailandia, las tres azafatas tuvieron
ocasión de convivir con Chicho y aprender de él sabios consejos para
moverse con soltura delante de una cámara.
Al finalizar esta octava etapa,
María Abradelo anunció
que abandonaba el programa para embarcarse en una nueva aventura
televisiva: Telecinco la había fichado para presentar un programa de
karaoke. María agradeció a Chicho los dos años que había trabajado bajo
su dirección, aprendiendo de televisión.
Como la mayoría de las azafatas de la novena etapa (1993-1994) procedían
de la etapa anterior, entre ellas y Chicho Ibáñez Serrador existía una
enorme complicidad y relación, y era habitual que el director bajara al
plató y bromeara con ellas.
A pesar de que Chicho ya tenía sesenta y nueve años cuando dirigió
«Un, dos, tres...
¡a leer esta vez!», no escatimó esfuerzos en dirigir a las azafatas del
programa, con quienes se volcaba especialmente para dirigirlas,
especialmente en los números musicales.
Un momento especialmente tenso se produjo en la grabación del espacio
del juego del disfraz en el primer programa de última etapa, que
desembocó en que Chicho terminara expulsando a
Magda del equipo de azafatas.
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